El lamento de Jesús no termina en la condena, sino en la esperanza: de su entrega nacerá un nuevo pueblo de Dios, abierto y universal. El templo antiguo quedará vacío, pero se levantará otro: el de los corazones que crean, amen y vivan en verdad.
La lección de Jesús es clara y profética: solo la voluntad de Dios da sentido a la vida. Nada ni nadie puede detener su proyecto. Los poderes humanos pasan; su Reino permanece.
Hoy, como entonces, el Señor sigue buscando corazones dispuestos a caminar con Él, sin miedo, aunque el camino sea estrecho y la cruz pese. El verdadero triunfo no está en el éxito, sino en la fidelidad.
El triunfo del Evangelio no se mide por la fuerza ni por el poder, sino por la fidelidad al amor.
El Reino avanza con los que no se rinden, con los que siguen caminando, aunque el precio sea la cruz.



