Lucas nos advierte contra una tentación muy actual: creer que “ya estamos salvados” y que, por eso, da igual cómo vivamos. Pero la salvación no es un punto de llegada, sino un camino que se recorre cada día. La gracia nos ha sido dada, pero pide una respuesta. Hemos sido salvados para vivir de otro modo, para convertirnos en signo de salvación en medio del mundo.
No basta con pertenecer a la Iglesia, ni con escuchar su Palabra o participar de la Eucaristía si nuestro corazón no se deja transformar. Podríamos estar cerca del altar, y sin embargo, lejos del Evangelio. El verdadero riesgo es que, mientras creemos tener la puerta abierta, se cierre porque no supimos vivir la misericordia que nos abrió el paso.
La puerta estrecha del Reino no se cruza con fuerza, sino con amor.
No se atraviesa corriendo, sino caminando en fidelidad.
No se abre con títulos, sino con un corazón que ha aprendido a amar como Jesús.



