Pero vivimos muchas veces llenos de cosas, vacíos de sentido. Corremos sin rumbo, distraídos por la superficialidad o paralizados por la falsa humildad, y dejamos de preguntarnos: ¿qué espera Dios y qué espera el mundo de mí? La vida espera algo de nosotros. Descubrir nuestra misión es encontrar el nombre que Dios le puso a nuestra existencia.
Dios ha puesto en nuestras manos su Vida y su Palabra. Aceptarlas es entrar en comunión con su Hijo, hacer nuestra su misión y continuar su obra de salvación en medio de este tiempo herido. Aunque nos cueste la vida, el amor de Cristo nos urge a seguirlo hasta el final.
Porque —como decía Saint-Exupéry—:
“La conciencia de ser administradores y no dueños de lo que se nos ha encomendado debe llevarnos a concebir nuestra libertad en términos de responsabilidad.”
Y podríamos añadir: quien ha recibido la vida como don, sólo será libre cuando la entregue por amor.



