Ser “rico ante Dios” significa vivir abiertos, solidarios, capaces de compartir; reconocer que todo lo que tenemos es don, y que la vida sólo florece cuando se entrega.
Jesús no vino a resolver nuestros conflictos humanos desde fuera, sino a transformarlos desde dentro. No vino a repartir herencias, sino a despertar corazones nuevos. Su fuego no se enciende con la codicia, sino con el amor.
Él trae al mundo una justicia nueva, nacida del amor de Dios, que es la única capaz de reconciliar verdaderamente a los hermanos.



