Orar es amar. La oración auténtica no se agota en palabras o fórmulas.
Es agradecer la vida, reconocer el amor de Dios y corresponder a ese amor, trabajando por la felicidad y la dignidad de todos. Cada oración verdadera es un acto de amor: una respuesta a un Dios que nunca se cansa de amarnos, que permanece fiel incluso cuando nosotros flaqueamos.
La oración perseverante es el latido constante de un corazón creyente.
Es la voz del discípulo que, en medio del cansancio y las pruebas, sigue diciendo con fe y humildad: “Señor, confío en Ti. Enséñame a no rendirme.”



