La verdadera justicia no consiste en dominar con leyes ni imponer cargas sobre otros, sino en ayudar a los más débiles a llevar las suyas. La justicia que nace del Evangelio es la que libera y humaniza.
También hoy vivimos estas mismas contradicciones. En nuestra sociedad, muchas leyes protegen a los poderosos y olvidan a los frágiles. Los enfermos, los ancianos, los niños son los que menos derechos tienen y más exigencias soportan. La búsqueda del lucro a cualquier costo, la explotación y la indiferencia ante el sufrimiento, son los nuevos rostros del fariseísmo moderno.
Sin una justicia sustentada en la misericordia y el bien común, el Reino de Dios queda reducido a palabras vacías. La fe se vuelve estéril si no transforma la realidad.



