Los ángeles custodios nos muestran la presencia viva y trascendente de Dios en cada persona, sobre todo en los más pobres y pequeños. Jesús nos invita a mirar allí, a ver en los niños, en los últimos y en los olvidados, el rostro mismo del Padre. Los que no cuentan, cuentan para Dios. Los que el mundo desprecia, tienen en el cielo ángeles que contemplan al Padre sin cesar.
El Dios providente vela por nosotros y se ha hecho cercano en su Hijo. Jesús nunca fue indiferente al sufrimiento humano: amó con preferencia a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, a los que nadie defendía. Y ese amor preferencial de Cristo es el camino que debe asumir también la Iglesia: estar con los más pequeños, los desprotegidos, los que necesitan que alguien vele por ellos.