La lucha contra el demonio no se limitaba a expulsar lo opresivo y destructivo, sino a reconstruir los fundamentos de una relación sana con Dios y con los hermanos. Desde su nacimiento, la Iglesia es evangelizadora y misionera por esencia: no existe para sí misma, sino para anunciar.
La evangelización no es propaganda ni estrategia de poder. No consiste en sumar adeptos a un sistema de ritos o de ideas. Evangelizar es revelar el plan de salvación, mostrar que toda realidad humana pertenece ya al universo íntimo de Dios. El anuncio no coloca a Jesús en donde no está, sino que manifiesta que Él ya habita en todo: en la cultura, en la historia, en el amor, en la vida de los pueblos.
Este anuncio solo puede hacerlo una comunidad viva, pobre y disponible, que deja transparentar las exigencias del Evangelio.