Exaltar la cruz no es glorificar el dolor ni el sacrificio por sí mismos, sino proclamar la cumbre del amor, la transformación del abatimiento en vida plena. La cruz de Jesús es coraje, fidelidad y servicio hasta el extremo; es el signo de un amor que humaniza, que abre caminos de esperanza, que revela que el último lugar es el primer puesto en el Reino.
Por eso, los cristianos no vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de esperanza. La fiesta de la Exaltación de la Cruz es memoria y anuncio: Cristo ha sido exaltado, y quienes le seguimos no tenemos otra gloria que la suya. La cruz nos llama a no conformarnos con este mundo, sino a dejarnos configurar con los sentimientos de Cristo.