El discípulo está llamado a “ser como su Maestro”: a vivir con hondura la misión, pasando por la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal, con la certeza de que Dios está con nosotros y respalda nuestro obrar.
Pero para ello necesitamos entrar en el verdadero camino del discipulado: abrirnos a la Palabra, dejar que ella modele nuestra mente, nuestro corazón y nuestros gestos. La fe se aprende y se practica en la escuela de Jesús. En Él descubrimos los gestos distintivos de un corazón misericordioso que sana, libera y devuelve vida.



