Los fariseos buscaban alcanzar el Reino a fuerza de cumplir al pie de la letra la ley. Muchos se mostraban como modelos de santidad y perfección, pero sus verdaderas aspiraciones eran acumular poder y asegurarse el respaldo popular.
Por eso Jesús es claro: sus discípulos pueden aprender de lo que enseñan los fariseos, pero no deben imitar su forma de vida. Porque la Palabra de Dios no es teoría ni precepto frío, sino compromiso vital que se traduce en justicia, en verdad y en amor.
La comunidad de Jesús está llamada a ser distinta: no puede edificar su fe sobre las apariencias, sino sobre la coherencia de la vida.
No basta con palabras ni con ritos; el Reino se abre en la medida en que la misericordia se hace carne, la justicia se hace obra y el amor se vuelve estilo de vida. Sólo así la Iglesia dejará de ser peso para convertirse en casa de puertas abiertas donde todos puedan encontrar a Dios vivo.