El verdadero culto no está en los rituales externos, sino en tener un corazón semejante al de Dios. Si olvidamos esto, podemos caer en el error de ser estrictos en la norma, pero alejarnos de la verdadera voluntad de Dios, que es darnos vida. Jesús nos enseña que ni el tiempo, ni los lugares, ni las cosas pueden estar por encima de la vida. Todo existe para servir y mejorar la vida, no para oprimirla.
El amor y la misericordia no se deben detener ante ninguna norma. La verdadera caridad respeta la justicia, pero no permite que el rigorismo mate el espíritu de la ley. Dios, lleno de misericordia, nos llama a vivir en esa misma misericordia, que es la verdadera invitación de su corazón.