El yugo de Jesús es una vida nueva. No es el legalismo frío, sino el ardor de un corazón que ha sido tocado por el Espíritu. No se trata de cumplir normas para no ser castigados, sino de vivir como hijos que se saben amados. En ese amor se esconde el secreto de la verdadera libertad.
Sí, el camino es exigente: renuncias, cruz, lucha contra el mal… pero no se recorre solo. El Maestro camina con los suyos. Sabe de nuestras heridas. No nos juzga desde lejos. Se arrodilla a nuestro lado, nos alivia, nos cura, nos levanta. Y nos envía. No quiere esclavos asustados, sino discípulos apasionados, capaces de dar la vida con alegría.