Jesús nunca se acobardó. Fue fiel a la voz del Padre, anunció la verdad y denunció las injusticias de su tiempo. Sus discípulos están llamados a lo mismo. Puede venir la persecución, pero no estamos solos: el Espíritu de Dios nos sostiene siempre.
No debemos cansarnos ni avergonzarnos de dar testimonio. Anunciar la Buena Noticia no es una opción: es parte de lo que somos. Jesús no nos pide pelear con los que nos persiguen, pero sí que nunca dejemos de anunciar, sin importar lo que pase. El Evangelio tiene una fuerza que nadie puede frenar, y ante Dios, toda pérdida es solo una herida pasajera.
Nuestra actitud frente a los hombres define el rumbo de nuestra vida. El que confiesa a Jesús con valentía, aunque tenga miedo, entra en la vida. El que lo niega por temor, pierde el camino. La fidelidad en la prueba es nuestra respuesta de amor. Y en medio de todo, confiamos en la ternura de un Dios que no abandona, que abraza nuestras heridas, y que tiene la última palabra: una palabra de vida, de justicia y de resurrección.