LA MISERICORDIA EN EL ROSTRO DEL PADRE: EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO

Meditaciones ante el cuadro de Rembrandt desde el corazón del Evangelio y la mirada de la Iglesia.

Javier Ferrer García – https://www.exaudi.org

Ante la obra monumental de El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt, el alma creyente se detiene, interpelada por la ternura que emana de un padre anciano que abraza a un hijo roto. No es solo una pintura: es una ventana al Evangelio de la misericordia (cf. Lc 15,11-32), una catequesis silenciosa sobre el corazón del Padre Dios, y un espejo en el que cada cristiano puede descubrir su lugar en la historia de la salvación.

Una pintura que habla el idioma del alma

Rembrandt pintó esta obra en los últimos años de su vida, cuando la fama, el éxito y los bienes materiales se le habían escapado como arena entre los dedos. Es una obra testamento, no solo artístico sino espiritual. Los colores cálidos, la luz que baña la figura del padre y del hijo arrodillado, y los rostros marcados por el tiempo y la vida, nos introducen en un clima de contemplación.

San Juan Pablo II dijo que «la belleza salvará al mundo» (cf. Carta a los Artistas, 1999), y esta belleza —profundamente cristiana— tiene nombre: misericordia.

La misericordia, centro del mensaje cristiano

El Papa Francisco ha insistido desde el inicio de su pontificado: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (MV, 10). Al contemplar esta pintura, comprendemos que el arte no solo embellece, sino que educa el corazón. El padre de la parábola —y de la pintura— no pide explicaciones, no exige garantías, ni repasa los errores: abraza.

Ese abrazo es el punto culminante de la historia, el mismo gesto que la Iglesia está llamada a imitar en su misión evangelizadora: abrir los brazos al que regresa, incluso cuando aún no ha pronunciado palabra.

Una meditación viva para hoy

En tiempos de juicios rápidos, polarizaciones y heridas personales, el Hijo Pródigo nos recuerda que todos, en algún momento, hemos estado lejos del Padre. Y que todos somos invitados a volver. Esta vuelta no es un acto de debilidad, sino de valentía, humildad y esperanza.

Henri Nouwen, sacerdote y escritor católico, dedicó años a meditar este cuadro. En su libro El regreso del hijo pródigo, compartía:

“He sido el hijo pródigo cada vez que he buscado amor lejos de la fuente verdadera. Y soy llamado a convertirme en el padre que abraza y perdona.”

¿Dónde estás tú en el cuadro?

Esta pregunta resuena como un eco del Espíritu. ¿Eres el hijo menor que vuelve? ¿El mayor que observa de pie, quizás juzgando? ¿El siervo silencioso? ¿El padre que aún no ha aprendido a amar así?

La contemplación cristiana del arte no es pasiva. Nos transforma, nos lanza a la misión. El rostro del padre en el cuadro de Rembrandt se parece al de Dios. Pero también debe parecerse al tuyo, al mío, al de cada comunidad cristiana que abre sus puertas y corazones.

Volver siempre es posible

La parábola del hijo pródigo no tiene un final cerrado. El texto no nos dice si el hijo mayor entró a la fiesta. Tampoco sabemos qué ocurrió después. Porque el final lo escribe cada uno. Lo escribe la Iglesia hoy. Lo escribimos cuando perdonamos, cuando nos confesamos, cuando abrazamos, cuando volvemos.

Que la contemplación de esta obra maestra nos anime a acoger y a volver, a perdonar y a ser perdonados. Porque en la casa del Padre siempre hay luz, pan… y fiesta.

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