La gran paradoja de este día: quien muere como esclavo, es reconocido por la fe como el hombre nuevo que renueva todas las cosas. En la cruz, se entierra el pasado, cae el reinado del pecado, y empieza una nueva etapa: la de la luz. Jesús, en medio del dolor más humano, nos regala el amor más divino.
Desde esa tarde, Dios recorre con nosotros el camino del dolor humano. Se revela como el Dios de la cruz, no como un rey poderoso, sino como el Siervo sufriente, el Cordero entregado. Desde entonces, Dios tiene preferencias: los pobres, los pequeños, los limpios de corazón.