AVANCEMOS CON CONFIANZA CON LA MIRADA PUESTA EN LA ETERNIDAD

La reflexión dirigida por el predicador de la Casa Pontificia, Roberto Pasolini, giró en torno a la esperanza, que demuestra que la vida no es una película sin sentido, sino la obra de un «Director extraordinario»

La décima y última meditación de los ejercicios espirituales celebrados la semana pasada por la Curia Romana en el Aula Paulo VI puso el foco de su reflexión sobre la «continua transformación» de la vida. El predicador de la Casa Pontificia, el religioso capuchino y experto biblista Roberto Pasolini, comparó la trayectoria vital de cada persona en este mundo con una semilla que siempre crece, ya sea a través de alegrías o penas, de éxitos, conquistas o fracasos. Desde este prisma, emerge la luz de un «destino mayor», la realización natural de una existencia «llamada a la plenitud» frente a ese «peso de la realidad» que puede llegar a aplastar al ser humano o volverlo cínico.

Así las cosas, en un mundo donde la fugacidad de la vida terrenal plantea interrogantes sobre su significado último, se puede también descifrar una perspectiva reveladora centrada en la esperanza y la transformación. Ante la inevitabilidad del final —plantea la síntesis de la meditación, recogida por Vatican News—, la propuesta de la Iglesia es dirigir la atención hacia lo invisible y eterno, hallando un propósito trascendente que contrarreste todo cinismo y resignación.

Según muestran los textos que Pasolini desarrolló ante la Curia, la experiencia humana, marcada por la decadencia física, coexiste con una renovación interior constante. De esta forma, lo que parece desvanecerse superficialmente se revela con un destino superior: la resurrección, presentada no como una mera ilusión, sino como la consecuencia lógica de una existencia destinada a la plenitud.

La clave de este designio trascendente se encuentra en el misterio central de la fe: la cruz y la resurrección de Cristo. Este evento es interpretado como la culminación del amor divino, donde la aparente derrota se transforma en la demostración de un Padre que persiste en su amor por sus hijos. Bajo esta luz, la vida no es una secuencia aleatoria de eventos, sino parte de un plan redentor que nos eleva a la condición de hijos predilectos con destino a la eternidad. Cada vivencia, ya sean alegrías o sufrimientos, éxitos o fracasos, se integra de esta manera en un proceso continuo de transformación, comparable a la metamorfosis de una semilla en nueva vida. Incluso la muerte, el límite terrenal, se vislumbra como una transición hacia una existencia renovada y gloriosa.

Esta transformación, lejos de ser exclusivamente futura, se manifiesta en el presente a través de la Eucaristía. En este acto, se describe un intercambio trascendental: la entrega de la propia vida a Dios y la recepción de Cristo, un proceso que transforma al creyente en su amor. Cada celebración eucarística implica la asunción de todo lo que somos en la vida de Cristo, quien lo presenta ante el Padre. Esto se presenta como un proceso real de transformación personal, que permite participar de la vida eterna en el aquí y ahora.

Aunque la naturaleza precisa del futuro eterno permanece velada en nuestro interior, existe como una certeza de que lo que seremos ya se encuentra en estado germinal dentro de cada individuo. Así, el destino final no es la inexistencia, sino un futuro colmado de esperanza. Esta convicción tiene un impacto transformador en la percepción de la vida, dejando de ser una secuencia sin sentido para convertirse en una obra con propósito, guiada por un «Director extraordinario» que invita a enfocar la mirada en la eternidad y avanzar con confianza. La realidad fundamental es la filiación divina: somos hijos amados, ciudadanos del cielo, viviendo para Dios y para siempre. El futuro, aunque parcialmente desconocido, se revela por fin como designio de amor, cuyo presente ya se manifiesta como una realidad maravillosa.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Oscar – 1/6/2025

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    I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

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    MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

    1/6/2025

    Hoy, en la Jornada Mundial De Las Comunicaciones Sociales, quisiera reiterar la invitación del Papa Francisco a contar historias de esperanza y a desarmar la comunicación de todo prejuicio, rencor y fanatismo. Compartamos una mirada distinta sobre el mundo con una comunicación desarmada y desarmante.

    En la familia, la fe se transmite junto con la vida, de generación en generación: se comparte como el pan de la mesa y los afectos del corazón. Esto la convierte en un lugar privilegiado para encontrar a Jesús, que nos ama y siempre quiere nuestro bien.

    El mundo de hoy necesita la alianza conyugal para conocer y acoger el amor de Dios, y para superar, con su fuerza que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las sociedades.

    En este Jubileo de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y de los Ancianos saludo a todas las familias, pequeñas Iglesias domésticas, en las que el Evangelio es acogido y transmitido. Que la fe, la esperanza y la caridad crezcan siempre en nuestras familias.

    INTENCIONES DEL PAPA