La transformación que Jesús nos propone no es superficial ni parcial. La mano, el pie o el ojo que pecan no actúan por sí solos, sino que están dirigidos por una voluntad muchas veces enferma. Cortar una parte del cuerpo no resolvería el problema si el corazón sigue desordenado. Por eso, Jesús nos llama a una conversión total, que abarque toda nuestra vida y nos lleve a sanar desde dentro.
Las palabras de Jesús en este pasaje pueden parecer duras, pero tienen un propósito claro: sacudir nuestra conciencia y enfrentarnos a la realidad del mal sin excusas ni justificaciones. Con frecuencia, caemos en una cómoda complicidad con el pecado, justificándolo. Se trata de convertir el corazón permitiendo que la gracia nos restaure y nos devuelva la unidad entre alma y cuerpo.