Como Iglesia, siguiendo a nuestro Maestro, estamos llamados a abrir nuestras entrañas de misericordia para responder a las necesidades de nuestro pueblo. No podemos hacerlo desde afuera, de manera fría o distante. Para que nuestro anuncio no sea solo palabras o asistencialismo, debemos hacerlo como Jesús: desde la compasión.
Compadecer significa “padecer con”, estar al lado del otro, compartir su dolor desde lo más profundo del corazón. Y esto nos exige involucrarnos, salir de nuestros esquemas, romper con la comodidad y estar siempre dispuestos a dar testimonio de nuestra fe y esperanza. No podemos pasar de largo ante el sufrimiento, porque ni Dios ni quienes lo buscan se toman vacaciones.
Necesitamos ser compasivos para ser creativos, con esa creatividad que viene del Espíritu Santo, para que el Señor sea encontrado, conocido y amado, y se convierta en fuente de vida y vida en abundancia.



