Este milagro es también un símbolo de la Iglesia, que sigue el ejemplo de Jesús: compadecerse de los que sufren, acercarse a los necesitados, no separarse del pueblo, sino estar con él, dar lo que se tiene, y no dejarse vencer por la impotencia o el egoísmo. La Iglesia, como Cristo, debe colaborar en la distribución de la gracia para todos los hombres, llevando la ayuda a quienes lo necesitan.
Dios se hace presente cuando, como los discípulos, nos comprometemos con el pueblo hambriento, aportando lo que tenemos y dejando que Jesús haga el resto. Los problemas no se resuelven solo con dinero; el amor es una fuerza milagrosa que debemos despertar.
El pan solo se multiplicará cuando el amor se multiplique.