El centurión también nos enseña algo esencial: reconocer nuestra fragilidad. Él, un hombre acostumbrado al poder, experimenta la precariedad de la autosuficiencia humana. Este acto de fe nos recuerda que el Mesías al que esperamos en Adviento es el Mesías de los pobres y de la paz, que viene para sanar no solo los cuerpos, sino también los corazones heridos por el orgullo y la suficiencia.
Adviento es un tiempo para renovar nuestra fe y adhesión total a la palabra viva de Jesús. Es un período de humilde espera, conscientes de que no somos dignos de su visita, pero confiados en que él viene por amor. Como el centurión, se nos invita a una oración sincera y confiada, pidiendo a Cristo que cure las heridas y enfermedades que nos impiden vivir plenamente su mensaje y servir a los demás.