Los discípulos reconocen sus propias limitaciones para asumir la responsabilidad de construir el reino. Estas actitudes sólo tienen sentido y son posibles de vivir plenamente desde la fe.
Todos influimos, para bien o para mal, en quienes viven con nosotros. El amor sin límites a los hermanos es la señal de una comunidad de discípulos. Los cristianos somos hermanos, pero no personas perfectas; somos pecadores. Jesús no idealiza a su comunidad ni la imagina impecable y sin dificultades: sabe que es y será una comunidad donde las personas se equivocan, se impacientan, buscan su propio interés y se ofenden mutuamente, incluso hasta siete veces al día. Todos enfrentamos dificultades para perdonar, y a menudo nos resulta más fácil juzgar, condenar y criticar.
La corrección fraterna, cuando se realiza con prudencia y con la delicadeza que nace del amor, va de la mano del perdón y la generosidad de corazón. Debemos hacer nuestra la súplica de los discípulos.