REDESCUBRIR EL SENTIDO DE LA ESPERA

(Vatican News – Alessandro Gisotti)

Las luces navideñas han aparecido en varios balcones y escaparates de Roma. La temporada de verano terminó hace unas semanas, pero ya hay quien quiere esperar con ansias unas nuevas vacaciones, reduciendo el intervalo de tiempo que nos separa de las próximas festividades. Y no importa lo lejos que esté en el calendario. Además, como ya estamos acostumbrados a ver desde hace años, muchas tiendas fomentan este ritmo sincopado de modo que, por ejemplo, durante el período navideño no tienes tiempo de comprar el último panetón antes de que aparezcan los primeros huevos de Pascua. Pero ¿por qué nos encontramos inmersos en un contexto en el que señales y objetos – desde luces hasta productos alimenticios en las tiendas – siempre nos recuerdan un momento de celebración? Quizás porque ya no queremos esperar. Sobre todo, ya no queremos esperar por las cosas que nos importan. Ya no reconocemos el valor del paso del tiempo, que hizo aún más deseable lo que queríamos lograr. Ahora queremos todo de inmediato. Y después de que se acabe ese «todo» (parcial) que se consumió demasiado rápido, ya estamos proyectados hacia el siguiente «todo» que desaparecerá con la misma rapidez.

Desde hace algunas décadas formamos parte de una sociedad en la que la velocidad es la dimensión que más se impone y afecta nuestra experiencia de la vida diaria. Y esto ha alcanzado ahora, al menos en Occidente, niveles espasmódicos. Construimos coches más rápidos y trenes de alta velocidad. Hemos creado ordenadores que son cada vez más rápidos a la hora de realizar cálculos y procesamientos. E incluso la comida se ha vuelto rápida: de hecho, comida rápida. Un antiguo proverbio dice: “Roma no se construyó en un día”. Hoy, sin embargo, esto es exactamente lo que nos gustaría: “Roma y en un día”. En esta centrífuga que aparentemente se acorta hasta eliminar todo espacio superfluo, todo hiato no considerado productivo, hemos perdido sin embargo mucho de lo que ha acompañado y cuestionado al hombre durante milenios y que, como era de esperar, ha inspirado algunas de las mayores obras maestras del Literatura: la espera. Esa expectación confiada – mencionada varias veces en el Evangelio –, propia del labrador que siembra. No sabe si esas semillas darán fruto, pero sigue cuidando la tierra y espera con confianza el momento de la cosecha sin desanimarse.

También la Iglesia, que camina a través de la historia y acompaña a mujeres y hombres de cada época, puede correr el riesgo de absorber este espíritu de los tiempos que no permite pausas y mucho menos esperas. En definitiva, también en la Iglesia -en nuestras parroquias como en toda realidad eclesial, pequeña o grande- quisiéramos que todo se resolviera rápidamente. Esta es la primera reacción (muy humana) que se activa cada vez que surge un problema. Y, sin embargo, el Papa Francisco nos ha advertido en muchas ocasiones contra este riesgo, contra esta prisa – muy diferente de la evangélica – que quiere convencernos de que el espacio es superior al tiempo y no al revés.

Un campo de entrenamiento para esta expectativa, para acostumbrarnos al tiempo del campesino que siembra sin poder recoger inmediatamente los frutos, es ciertamente el Sínodo sobre la sinodalidad. Lo que ocurre estos días en el Vaticano es, de hecho, la última etapa (pero al mismo tiempo un reinicio) de un largo camino que ha durado tres años. Un proceso que, a instancias de Francisco, no buscó respuestas preparadas y decisivas sino preguntas abiertas y compartidas sobre las que iniciar el debate. Una comparación que no es estática, sino itinerante – precisamente sinodal – que tiene en la diligencia del buen samaritano y en la paciencia del buen sembrador dos modelos a seguir para construir una Iglesia cada vez más capaz de anunciar la Buena Nueva.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

AGENDA

DÍAS Y HORARIOS

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Miércoles y Viernes: 15:30 a 18:00 hs
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Martes y viernes de 15:00 a 17:30 hs
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Domingos: 10 hs

I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.