La Iglesia es dichosa por la obra que se le encomienda, pero sobre todo porque la Palabra de gracia sigue resonando en su interior, invitándola a renovarse constantemente. Hoy más que nunca, nuestro testimonio de vida es clave para la eficacia de la misión. Debemos hacernos responsables del Evangelio que proclamamos.
Es necesario que nuestro esfuerzo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida, y que el anuncio, animado por la oración y el amor a la Eucaristía, nos santifique. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad hacia todos, especialmente hacia los pequeños y los pobres, humildad, generosidad y una alegre renuncia. Solo un Evangelio encarnado es creíble para el mundo de hoy.