Por esta fe, en la que reconocemos que Dios nos ama profundamente, nos crea, nos recrea y nos quiere vivos, estamos llamados a ser testigos de la vida. El Señor resucitado se manifiesta siempre en las obras que rescatan a los afligidos y a todos los sufrientes de nuestros días, a quienes la vida les ha sido negada.
Jesús sigue encabezando la procesión de la vida por los caminos de nuestra historia, llevándonos a la celebración festiva de una vida de misericordia realizada en la justicia y el amor verdadero. Esto solo será posible en la medida en que nos animemos, como Jesús, a ponernos en el lugar de nuestros hermanos.