Cada día, cada hora, en cada instante, el Señor está cerca de nuestra vida, hablándonos a través de nuestro corazón, de las personas que nos rodean, y de los acontecimientos y necesidades del mundo.
Necesitamos estar atentos a la novedad que irrumpe, ya sea como un ladrón en la noche o como un patrón en una hora inesperada, y discernirla cristianamente para poder responder adecuadamente. Nuestra vigilancia se ha convertido en un mecanismo de defensa que evita lo inesperado.
Los muros que construimos a nuestro alrededor nos protegen demasiado bien, impidiendo que experimentemos la alegría de la sorpresa o una noticia inesperada, por temor a lo desconocido. La vida cristiana es una atenta vigilia en el amor y la conversión, manifestada en un servicio cálido tanto a la comunidad como a toda la humanidad.