Un hombre pío, en un tiempo en el cual este apelativo no suscitaba como hoy sonrisas de suficiencia pero contenía la admiración por una persona de temperamento humano y espiritual no común. Este fue en sus tiempos – 500 años atrás – Pedro Fabro, de profesión “apóstol”. Apóstol del Evangelio, apóstol del Papa, apóstol del naciente carisma de los jesuitas, que propagará por todas partes durante sus diversos viajes.
Ignacio, el Papa y Lutero
Fabro estudia en Paris y enseña por dos años en la “Sapienza” de Roma, pero su doctrina es para los instruidos como para los analfabetos y para él no hay diferencia en el dejar el prestigio de la cátedra cuando el Papa lo invita a enseñar catecismo en los campos de Parma. Y ninguna diferencia hará todavía, más tarde, obedecer al Papa que lo envía a Alemania como puente de diálogo entre la Iglesia y el vértice del protestantismo de Lutero. Del resto, Fabro es un jesuita enamorado de la vía abierta por San Ignacio, en la cual se convierte en el primer sacerdote en mayo de 1534 y el 15 de agosto siguiente, con el fundador de la Compañía y otros cinco compañeros emite el célebre voto de Montmartre, es decir, de vivir en pobreza y de ir a Jerusalén, prometiendo de ponerse a disposición del Papa.
Siempre en viaje
La guerra entre turcos y venecianos se coloca en medio para impedir la peregrinación, y entonces ese primer núcleo de la futura Orden se dirige a Pablo III. Los encargos que el Papa le confía son diversos. Pedro Fabro es un hombre dinámico en los límites de la inquietud, sublimado por el contacto con el Evangelio que transforma este capital de energía en la fibra misionera que lo invade. Fabro se pone en viaje a través de Europa. Predica, tiene ejercicios, visita monasterios, con una dedicación y una resistencia al cansancio que termina por afectar su condición física. Y es que con su salud delicada que Pedro Fabro se pone en viaje a Roma. Llega el 17 de julio de 1546 par aquello que será su último, gran encargo: ofrecer un aporte de diálogo a la discusión del Concilio de Trento, con la cual la Iglesia trata de responder a la reforma de Lutero. Fabro pero se enferma y muere en Roma el primero de agosto de 1547.
El Memorial
La belleza espiritual de Pedro Fabro esta condensada en el español y en el latín que usa para escribir su “Memorial”, una especie de diario espiritual que, junto a su epistolario, hace brillar la gema de su fe y de su estilo de vida genuinamente cristiana.