Nos conformamos con una fe tibia y una salvación privatizada a nuestra medida, que impide la fe valiente que nos hace volver sobre nuestras vidas, confrontarnos con el evangelio de Jesús y dar pasos en nuestro camino cotidiano de conversión. La autosuficiencia conformista es veneno para el corazón.
La verdadera fe cristiana es dinámica, no estática. Implica una constante apertura al Espíritu Santo y una disposición a ser transformados diariamente. Esto contrasta con una fe rutinaria que no busca el cambio ni la profundización. Asistir todos los días a la iglesia o tener muchos gestos de piedad no son garantía de pertenencia al Reino. Vivir la experiencia del Reino de Dios es una novedad que requiere una conversión permanente.