Tomar la cruz para seguirlo, en una opción que rechaza el mal en todas sus formas y expresa el amor en gestos sencillos y concretos dirigidos a los más pequeños, nos hace experimentar la dignidad de los hijos de Dios. Esto implica un compromiso diario con la justicia, la verdad y el servicio desinteresado a los demás, especialmente a los más vulnerables.
La paradoja de que el Mesías de paz traiga la espada subraya la naturaleza radical del amor cristiano. Este amor no es complaciente ni permisivo, sino que desafía y confronta las injusticias del mundo. Este llamado no se puede responder solo con nuestras fuerzas humanas. Es mediante la gracia de Dios que encontramos la capacidad y el valor para vivir según sus enseñanzas.