Jesús nos presenta un criterio de discernimiento a partir de un contraste evangélico: los árboles buenos y malos. Lo bueno es y puede ser reconocido como tal, a través de los hechos y no solo de las palabras. No basta decir: “Señor, Señor”, la fe se acredita a través de las obras. El criterio que garantiza la autenticidad del creyente y su pertenencia al reino es la coherencia entre lo que se dice y se hace.
Todo árbol bueno da frutos buenos. Teniendo como base el Sermón de la Montaña podremos hacer una valoración de los frutos. No es bueno olvidar que los frutos no aparecen de un día para el otro. También se es bueno en la medida en que no se desfallece en este modo de obrar. Obrar el bien evangélico sin cansancio y sin ceder ante la tentación de obrar el mal. Y si acaso se llega a ceder por cansancio o tentación, se reconoce sinceramente, se arrepiente de corazón y se vuelve a empezar.