Juan Bautista Montini nació en Concesio, una pequeña ciudad de la zona de Brescia, el 26 de septiembre de 1897 en el seno de una familia católica muy comprometida política y socialmente. En otoño de 1916 entró en el seminario de Brescia y cuatro años más tarde recibió la ordenación sacerdotal en la catedral, y luego se trasladó a Roma para seguir los cursos de filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana y los de la Universidad Estatal, graduándose en derecho canónico en 1922 y en derecho civil en 1924.
La entrada en el Vaticano
En 1923 recibió su primer encargo de la Secretaría de Estado del Vaticano, que lo asignó a la Nunciatura Apostólica de Varsovia; al año siguiente fue nombrado Ayudante de secretaría. En ese período participó estrechamente en las actividades de los universitarios católicos organizadas en la FUCI (Federación universitaria católica italiana), de la que fue asistente eclesiástico nacional de 1925 a 1933. Colaborador cercano del cardenal Eugenio Pacelli, permaneció a su lado aún después de que fue elegido Papa en 1939 y tomó el nombre de Pío XII: fue Montini, de hecho, quien preparó el borrador del extremo pero inútil llamamiento en favor de la paz que el Papa Pacelli lanzó en la radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas del conflicto mundial: «¡Nada se pierde con la paz! Todo puede perderse con la guerra!».
De la Iglesia Ambrosiana a la Sede pontificia
En 1954, inesperadamente, Montini se convirtió en arzobispo de Milán. Allí se manifestó el verdadero pastor que estaba en él: una atención especial le dedica a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de los suburbios, donde promueve la construcción de más de un centenar de nuevas iglesias y donde se realiza la «Misión de Milán», en busca de los «hermanos alejados». Fue el primero en recibir la púrpura de Juan XXIII, el 15 de diciembre de 1958, y participó en el Concilio Vaticano II, donde apoyó abiertamente la línea reformista. Cuando Roncalli murió, el 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y escogió el nombre de Pablo, con una clara referencia al apóstol evangelizador.
La fuerza reformadora del Concilio
Uno de los objetivos fundamentales de Pablo VI era subrayar en todos los sentidos la continuidad con su predecesor: por esta razón reanudó el Vaticano II, dirigiendo los trabajos del Concilio con una delicadísima mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta la conclusión el 8 de diciembre de 1965. Dio grandes pasos ecuménicos cuando logró la revocación mutua de las excomunicaciones entre Roma y Constantinopla en 1054. Consecuente con su inteligente inspiración reformista, llevó a cabo una profunda modificaciónde las antiguas estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando nuevos organismos de diálogo con los no cristianos y los no creyentes, estableciendo el Sínodo de los Obispos y llevando a cabo la reforma del Santo Oficio. Comprometido con la no fácil tarea de implementar y aplicar las indicaciones que surgieron del Vaticano II, también imprimió una aceleración en el diálogo ecuménico a través de reuniones e iniciativas relevantes. El impulso renovador dentro del gobierno de la Iglesia se tradujo en la reforma de la Curia en 1967.
Las Encíclicas: en diálogo con la Iglesia y el mundo
Su deseo de diálogo dentro de la Iglesia, con las diferentes confesiones y religiones y con el mundo está en el centro de la primera encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida de otras seis: entre ellas se encuentran la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos, que tuvo una resonancia muy amplia, y la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control de la natalidad, que suscitó muchas controversias incluso en muchos círculos católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971 sobre el pluralismo del compromiso político y social de los católicos, y la genial exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
La novedad de los viajes
Las innovaciones de Pablo VI no fueron orientadas solo al interno de Vaticano. Fue el primer Papa que introdujo la costumbre de viajar desde su elección: de hecho, los tres primeros de los nueve viajes que en el curso de su pontificado le llevaron a los cinco continentes se remontan al período conciliar: en 1964 fue a Tierra Santa y luego a la India, y en 1965 a Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Diez, en cambio, fueron sus visitas a Italia. También su apertura al diálogo con todo el mundo se hizo patente cuando amplió la representación del Colegio Cardenalicio a un nivel más universal, nombrando muchos nuevos cardenales no italianos, y por la centralidad del papel de la política internacional de la Santa Sede en favor de la paz, al punto de establecer una especial Jornada Mundial de la paz que se celebra desde 1968 el 1° de enero de cada año.
Los últimos años y la muerte
La fase final de su pontificado estuvo marcada dramáticamente por el secuestro y asesinato de su amigo Aldo Moro. En abril de 1978 hizo un llamado muy intenso a los hombres de las Brigadas Rojas para pedir su liberación, pero no fue escuchado. Murió en la tarde del 6 de agosto del mismo año, fiesta de la Transfiguración, en la residencia de Castel Gandolfo, casi repentinamente, y fue sepultado en la Basílica Vaticana. Fue declarado Beato el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco, quien lo canonizó en la Plaza de San Pedro el 14 de octubre de 2018 (junto a Mons. Arnulfo Romero).
Esta es una oración que Pablo VI recitó en momentos de dificultad:
Señor, yo creo; quiero creer en ti.
Oh, Señor, que mi fe sea plena.
Oh Señor, deja que mi fe sea libre.
Oh, Señor, que mi fe sea cierta.
Oh Señor, que mi fe sea fuerte.
Oh Señor, que mi fe sea alegre.
Oh Señor, que mi fe sea laboriosa.
Oh Señor, que mi fe sea humilde.
Amén