BEATO CEFERINO NAMUNCURÁ

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Ceferino Namuncurá nació el 26 de agosto de 1886 en Chimpay, un pequeño poblado del valle medio del río Negro, en el sur de Argentina.

El indígena era hijo de Manuel Namuncurá, un cacique mapuche que dominó extensos territorios hasta que fue acorralado por la avanzada militar argentina, que diezmó ese pueblo aborigen.

Ya sin fuerzas, el cacique se rindió en 1884 y fue nombrado coronel del Ejército argentino, mientras su tribu era obligada a trasladarse de la Cordillera de los Andes a la inhóspita Chimpay. Ceferino Namuncurá fue bautizado en 1888, pero también fue criado en las creencias de un pueblo profundamente religioso.

A los 3 años de edad, cayó a un río y fue arrastrado violentamente por la corriente, pero logró volver a la orilla, un hecho que fue considerado milagroso por su tribu.

A los 11 años y viendo la postración de su tribu, Ceferino pidió a su padre que lo enviara a estudiar para “ser útil” a su gente.

En 1887 el niño ingresó en Buenos Aires en el colegio Pío IX, de los salesianos.

En la escuela, Ceferino Namuncurá estudió con tenacidad el español y el resto de materias de su curso, además de integrarse en el coro, donde coincidió con un joven que años después se convertiría en el actor y cantor de tangos Carlos Gardel.

Por lo demás, y aunque la mayoría de sus compañeros le respetaban y apreciaban, no fueron pocos los gestos de desdén y burla que tuvo que soportar por su condición indígena.

Mientras se formaba, el adolescente demostró una inclinación especial por el Evangelio de Jesucristo que más tarde cristalizaría en una decidida vocación por el sacerdocio.

Pero Ceferino halló el primer escollo a su vocación en su propia condición de “hijo natural”, que por entonces era un impedimento para la carrera eclesiástica.

La madre de Ceferino, Rosario Burgos, fue desterrada cuando Manuel, que como cacique tenía el “privilegio” de tener varias mujeres, se convirtió al cristianismo y optó por casarse con otra mujer. Ceferino también tuvo que afrontar una enfermedad que le impedía ingresar en la orden salesiana.

Afectado por la tuberculosis, el joven fue enviado en 1902 a una escuela en Uribelarrea y un año después a otra en Viedma, donde comenzó a formarse junto a un grupo de aspirantes a salesianos. Pero su salud empeoró y cuando el grupo de novicios debió mudarse a otra ciudad para seguir con su formación, Ceferino fue obligado a despedirse de sus compañeros “con la cabeza inclinada, triste y conteniendo las lágrimas”, reseña su biografía.

El obispo salesiano Juan Cagliero, vicario apostólico de la Patagonia, decidió entonces llevar a Ceferino Namuncurá a Roma para buscar una cura a su enfermedad.

En 1904 el aborigen argentino fue recibido en audiencia por el papa Pío X, quien quedó admirado por su educación y sencillez.

Su salud continuó empeorando y el 11 de mayo de 1905, cuando aún no había cumplido los 19 años, Ceferino murió en el hospital romano “Fratebenefratelli”.

Sus restos fueron repatriados a Argentina en 1924.La causa para la canonización comenzó en 1947, pero años antes la devoción popular ya le había concedido un lugar de privilegio al “lirio de la Patagonia”.

En 1972 fue declarado “venerable” por el papa Pablo VI, mientras que el 6 de julio de 2007 Benedicto XVI aprobó el decreto por el que se reconoce un milagro hecho por su intercesión y que habilita su beatificación.

El milagro atribuido a Ceferino data del 2000, cuando una mujer argentina de 24 años pidió intensamente su intercesión ante Dios para salvarla de un cáncer de útero y se curó, hecho que no pudo ser explicado por los médicos que la trataron.

La ceremonia de beatificación fue celebrada en Chimpay el 11 de noviembre de 2007.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

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MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.