
¿Quién es aquella mujer alta que vestida con el hábito negro de los jesuitas y apoyada en una cruz a manera de báculo, viene caminando descalza los mil cuatrocientos kilómetros que separan a Santiago del Estero de Buenos Aires, atrae multitudes para ejercicios espirituales y hasta hace cambiar de opinión a obispos y virreyes?
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En los pagos de Santiago,
cuna de la chacarera,
se nos dio a los argentinos
una flor de santiagueña:
te llamaban Madre Antula,
viera qué guapa, de veras.
No le anduvo mezquinando
a los caminos desiertos,
se la vio como andariega
buscando al pueblo sediento,
para darle agua fresquita
del Dios que llevaba adentro.
Con una cruz en la mano,
donde apoyaba su vida,
le apostó a la Providencia
que nunca, nunca se olvida
del cristiano enamorado
que se entrega sin medida.
MADRE ANTULA, MISIONERA
Y NO MENOS PEREGRINA,
SI SE OLVIDARA TU NOMBRE
ALGO LE FALTA A ARGENTINA.
Padre Ignacio, el peregrino,
fue el maestro de tus sueños;
y te hiciste mamá buena
para grandes y pequeños,
pa´ los hermanos del norte
y hasta los mismos porteños.
¡Lo que puede Tata Dios
cuando el corazón es grande!,
no hay camino intransitable
ni miedo que nos ablande.
Contagianos tu coraje
p´hacer lo que se nos mande.
Mujer fuerte, como muchas
de esta tierra americana,
encendiste el evangelio
en la vida cotidiana.
Hoy tomamos tu antorcha, pa´que ilumine el mañana.