San Alfonso M. de Ligorio (1696 – 1787).
Alfonso significa: «listo para el combate».
Nació cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José, Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri.
Nuestro santo fue el primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas.
A los 16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico.
A los 30 años de edad logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña catecismo.
Su padre que gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a escucharle una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado: «Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios». Y esto lo repetirá después muchas veces.
Se le reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Su lema era el de Jesús: «Soy enviado para evangelizar a los pobres».
Durante 30 años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.
Es admirable como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba, confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había hecho votos de no perder ni un minuto de su tiempo.
En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a ese honor.Pero el Papa no le aceptó la renuncia. «Cúmplase la Voluntad de Dios. Este sufrimiento por mis pecados» – exclamó – y aceptó. Tenía 66 años.
Estuvo 13 años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su diócesis hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de la despedida.
Vino el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.
Cuando le aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado una montaña de mis hombros.
Fue perdiendo la vista y el oído. «Soy medio sordo y medio ciego – decía – pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo acepto con gusto».
Su delicia era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba al sagrario, tocaba a la puerta y decía: «¿Jesús, me oyes?»
San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años).