La siguiente es la oración compuesta por el Santo Padre, que recita al final de Via Crucis:
Señor Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo:
- la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
- la cruz de personas solitarias abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes;
- la cruz de los pueblos sedientos de justicia y paz;
- la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
- la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
- la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas por miedo y corazones blindados por cálculos políticos;
- la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
- la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura momentánea;
- la cruz de familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza y el egoísmo asesinos;
- la cruz de los consagrados que buscan incansablemente traer tu luz al mundo y se sienten rechazados, burlados y humillados;
- la cruz de personas consagradas que, en el camino, han olvidado su primer amor;
- la cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir según tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familias y sus compañeros;
- la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras muchas promesas rotas;
- la cruz de tu iglesia que, fiel a tu evangelio, lucha por llevar tu amor incluso entre los se bautizaron ellos mismos;
- la cruz de la Iglesia, tu novia, que se siente continuamente atacada desde adentro y desde afuera;
- la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegado por la codicia y el poder.
Señor Jesús, revive en nosotros la esperanza de la resurrección y tu victoria definitiva contra todo mal y cada muerte. ¡Amén!