Los miedos nos confunden, nos hacen ver mal la realidad e interpretarla peor. Nos llevan a hablar demás, con chusmerío, con falsedad.
Permitirnos estar en la confusión
es una manera de caer en la desesperanza
y en el entumecimiento de la fe.
En el fondo, es una manera de darle entrada al demonio.
Una Iglesia que se aferra al Amor del Señor, sin dudar nunca jamás de Él, es una Iglesia que puede:
“arrojar a los demonios en su Nombre y hablar nuevas lenguas; tomar a las serpientes con nuestras manos, y si bebemos un veneno mortal no nos hará ningún daño; impondremos las manos sobre los enfermos y se curarán” (Mc 6,16-20).
P. Obispo Jorge Eduardo
Homilía de la Peregrinación Arquidiocesana
12 de mayo de 2024