SANANDO AL MUNDO

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 5 de agosto de 2020


 

Catequesis – “Curar el mundo”: 1. Introducción

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres.

Por eso debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús (cfr. Hb 12, 2) y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos da (cfr. Mc 1,5; Mt 4,17; CIC, 2816). Un Reino de sanación y de salvación que está ya presente en medio de nosotros (cfr. Lc 10,11). Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe (cfr. 1 Cor 13,13). En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infundidas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo (cfr. CIC, 1812-1813): dones que nos sanan y que nos hacen sanadores, dones que nos abren a nuevos horizontes, también mientras navegamos en las difíciles aguas de nuestro tiempo.

Un nuevo encuentro con el Evangelio de la fe, de la esperanza y del amor nos invita a asumir un espíritu creativo y renovado. De esta manera, seremos capaces de transformar las raíces de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales. Podremos sanar en profundidad las estructuras injustas y sus prácticas destructivas que nos separan los unos de los otros, amenazando la familia humana y nuestro planeta.

El ministerio de Jesús ofrece muchos ejemplos de sanación. Cuando sana a aquellos que tienen fiebre (cfr. Mc 1,29-34), lepra (cfr. Mc 1,40-45), parálisis (cfr. Mc 2,1-12); cuando devuelve la vista (cfr. Mc 8,22-26; Jn 9,1-7), el habla o el oído (cfr. Mc 7,31-37), en realidad sana no solo un mal físico, sino toda la persona. De tal manera la lleva también a la comunidad, sanada; la libera de su aislamiento porque la ha sanado.

Pensemos en el bellísimo pasaje de la sanación del paralítico de Cafarnaúm (cfr. Mc 2,1-12), que  hemos escuchado al principio de la audiencia. Mientras Jesús está predicando en la entrada de la casa, cuatro hombres llevan a su amigo paralítico donde Jesús; y como no podían entrar, porque había una gran multitud, hacen un agujero en el techo y descuelgan la camilla delante de él que está predicando. «Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Y después, como signo visible, añade: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (v. 11).

¡Qué maravilloso ejemplo de sanación! La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y por tanto Jesús sana, pero no sana simplemente la parálisis, sana todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una sanación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos cómo esta amistad, y la fe de todos los presentes en esa casa, hayan crecido gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús!

Y entonces nos preguntamos: ¿de qué modo podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar «su obra de curación y de salvación» (CIC, 1421) en sentido físico, social y espiritual.

La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y tampoco da indicaciones socio-políticas específicas (cfr. S. Pablo VI, Cart. ap.Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 4). Esta es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cfr Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-208), principios que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados entre sí: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio de la destinación universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de formas diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor.

En las próximas semanas, os invito a afrontar juntos las cuestiones apremiantes que la pandemia ha puesto de relieve, sobre todo las enfermedades sociales. Y lo haremos a la luz del Evangelio, de las virtudes teologales y de los principios de la doctrina social de la Iglesia. Exploraremos juntos cómo nuestra tradición social católica puede ayudar a la familia humana a sanar este mundo que sufre de graves enfermedades. Es mi deseo reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 de noviembre 2013, 183).

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

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I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.