Dios nos ha regalado la vida como un don, con una dignidad que nada ni nadie tiene que arrebatar. La droga mata por dentro, apaga la esperanza y corta proyectos de tantos chicos y chicas que quedan atrapados en el circuito del consumo. Esta realidad nos duele y nos interpela: ¡No podemos naturalizarla!
En los barrios más vulnerables la Iglesia está presente. Desde hace años, comunidades eclesiales de todo el país (parroquias, capillas, Hogares de Cristo, Centros Barriales, Cáritas, Fazendas de la Esperanza y otras obras donde se comparte el trabajo con organizaciones de la sociedad civil), acompañan de manera silenciosa, cercana y constante a quienes han caído en la adicción y buscan una salida. Con un compromiso nacido de su fe en Jesucristo, lo hacen con la certeza de que nadie está perdido para siempre.
Pero vemos con preocupación y dolor que la retirada del Estado de esos ámbitos abre paso al avance del narcotráfico, que ocupa ese lugar vacío y se convierte en una suerte de «Estado paralelo», donde los narcos ofrecen a los jóvenes una vida corta pero aparentemente mejor, y esto a cambio de su dignidad, su libertad y, muchas veces, su vida.
«A quienes están atravesados por este drama de la drogadependencia, queremos decirles que como Iglesia no nos resignamos a perderlos. Porque creemos en Cristo, confiamos en la fuerza transformadora del amor, del encuentro y de la comunidad. No se desanimen. Pidan ayuda. No dejen de llamar a la puerta de todos cuantos queremos ayudarlos.» (Conferencia Episcopal Argentina)