A Su Excelencia
Arzobispo Laurent Ulrich
Arzobispo de París
Me uno a las intenciones de la misa que está celebrando, Excelencia, ante la inminencia de los Juegos Olímpicos en su ciudad. Pido al Señor que colme de sus dones a todos los que participarán de un modo u otro -ya sean atletas o espectadores- y también que sostenga y bendiga a quienes los acogerán, especialmente a los fieles de París y de fuera de la capital.
Sé que las comunidades cristianas se disponen a abrir de par en par las puertas de sus iglesias, de sus escuelas y de sus casas. Sobre todo, que abran las puertas de su corazón, dando testimonio del Cristo que habita en ellas y que les comunica su alegría, mediante la gratuidad y la generosidad de su hospitalidad para con todos. Aprecio mucho que no hayan olvidado a los más vulnerables, especialmente a los que se encuentran en situaciones muy precarias, y que se les haya facilitado el acceso a la celebración. En un plano más amplio, espero que la organización de estos Juegos brinde al pueblo de Francia una magnífica ocasión de concordia fraternal, que le permita superar las diferencias y las oposiciones y reforzar la unidad de la Nación.
Me uno a ustedes para dar la bienvenida a este prestigioso acontecimiento deportivo internacional. El deporte es un lenguaje universal que trasciende fronteras, lenguas, razas, nacionalidades y religiones; tiene la capacidad de unir a los pueblos, de fomentar el diálogo y la aceptación mutua; estimula la superación de uno mismo, forma el espíritu de sacrificio, fomenta la lealtad en las relaciones interpersonales; invita a reconocer los propios límites y el valor de los demás. Los Juegos Olímpicos, si siguen siendo verdaderamente «juegos», pueden ser por tanto un lugar de encuentro excepcional entre los pueblos, incluso los más hostiles. Los cinco anillos entrelazados representan el espíritu de fraternidad que debe caracterizar el acontecimiento olímpico y la competición deportiva en general.
Por ello, espero que los Juegos Olímpicos de París sean una ocasión ineludible para que todos los que vengan del mundo entero se descubran y se aprecien mutuamente, rompan prejuicios, fomenten la estima donde hay desprecio y desconfianza, y la amistad donde hay odio. Los Juegos Olímpicos son, por su propia naturaleza, la paz, no la guerra.
Fue con este espíritu que la Antigüedad instituyó sabiamente una tregua durante los Juegos, y que los tiempos modernos intentan regularmente revivir esta feliz tradición. En estos tiempos turbulentos, en los que la paz mundial está gravemente amenazada, deseo fervientemente que todos se tomen a pecho esta tregua, con la esperanza de resolver los conflictos y restablecer la armonía. Que Dios se apiade de nosotros. Que Él ilumine las conciencias de los que están en el poder sobre las graves responsabilidades que les incumben, que Él conceda a los pacificadores el éxito en sus esfuerzos, y que Él les bendiga.
Confiando a Santa Genoveva y a San Dionisio, patronos de París, y a Nuestra Señora de la Asunción, patrona de Francia, el feliz resultado de estos Juegos, le imparto a usted, Excelencia, y a todos los que participarán en ellos, mi más cordial bendición.
De San Juan de Letrán, 27 de junio de 2024
FRANCISCO