Voces de los papas sobre el misterio de la encarnación.
Benedicto XVI: La palabra «carne», en el lenguaje hebreo», «indica a la persona como un todo, el hombre entero, pero solo desde el aspecto de su transitoriedad y temporalidad, de su pobreza y contingencia». De esta forma, Dios abraza la limitación humana «para sanarla de todo lo que la separa de Él» y eleva la condición humana a la de hijos de Dios.
«Es importante, entonces, recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la magnitud de este acontecimiento, Dios, el verdadero Dios, el Creador de todo, ha recorrido como un hombre nuestras calles, entrando en el tiempo del hombre para comunicarnos su propia vida. Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño».
«En ese niño, el Hijo de Dios contemplado en Navidad, podemos reconocer el verdadero rostro, no sólo de Dios, sino el verdadero rostro del ser humano; y solo abriéndonos a la acción de su gracia y tratando todos los días de seguirle, realizamos el plan de Dios en nosotros, en cada uno de nosotros».
Juan Pablo II: Dios se convirtió en un niño que dependía totalmente de los cuidados de un papá y de una mamá. Por esto la Navidad nos da tanta alegría. Ya no nos sentimos solos, Dios descendió para estar con nosotros. Jesús se hizo uno de nosotros y sufrió por nosotros el final más terrible en la cruz.
Francisco: “Corazón abierto, ¡para que Él me encuentre! Y me diga lo que quiere decirme, ¡que no es siempre lo que yo quiero que me diga! Él es el Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una multitud. No ¡no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es algo así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor, persona, me mira a mí, persona. Dejarnos encontrar por el Señor es exactamente esto: ¡dejarnos amar por el Señor!”.
Pablo VI: Todos sabemos que aquel encuentro de Dios con la humanidad no fue un simple contacto, externo y transitorio fue nada menos que una unión, una unión vital, una unión estable, una unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, una unión sustancial, hipostática, como la llamaron los Padres de nuestra fe, una unión por la que el Verbo de Dios, en su infinita y eterna Persona, hizo suya la naturaleza humana concebida en el seno purísimo de la Virgen María, siendo así el hombre Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre que, como hombre, nació, vivió, enseñó, sufrió, murió y resucitó, sin dejar de ser el Dios que era, pero haciéndose hombre, tal como nosotros lo conocemos y como nosotros somos. Y bien: memoria de este encuentro es la Natividad. Más aún: ha de ser la continuación de este encuentro.