LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor, acontecimiento del que habla el evangelista Lucas en el capítulo 2. En Oriente, la celebración de esta fiesta se remonta al siglo IV, y desde el año 450 se denomina «Fiesta del Encuentro», porque Jesús «encuentra» el templo y sus sacerdotes, pero también a Simeón y Ana, figuras del pueblo de Dios. Hacia mediados del siglo V, la fiesta también se celebra en Roma. Con el tiempo, se añadió a esta fiesta la bendición de las velas, para recordar a Jesús «Luz de los Gentiles».

La oferta

Según la ley de Moisés, el primogénito varón era propiedad del Señor y estaba destinado al servicio del templo. Cuando más tarde los descendientes de Leví, los levitas, se hicieron cargo del servicio del templo, este requisito desapareció, pero el primogénito debía ser rescatado mediante una ofrenda para el mantenimiento del sacerdote.

El encuentro con Simeón

El anciano Simeón, conducido por el Espíritu, fue al Templo; y por inspiración del Espíritu Santo reconoce a Jesús como el Esperado, la luz de las naciones. Una Luz ante la que hay que posicionarse: «La luz verdadera vino al mundo, la luz que ilumina a todo hombre… y sin embargo el mundo no le reconoció» (Jn 1,9-10).

Una espada atravesará el alma

Simeón bendice a los padres del niño, pero sus palabras se dirigen sólo a la madre. El niño será un signo de contradicción: Jesús es la luz del mundo, pero será rechazado; Jesús será admirado y amado, pero será crucificado; morirá y resucitará. Un camino de contradicción que marcará el corazón de la Madre.

El encuentro con Ana

La profetisa Ana también llega al templo. Por los detalles del evangelista, está claro que ella también es una mujer de Dios, anciana y viuda. Su condición de profetisa le permite ver lo que a otros les cuesta ver: la presencia de Dios. Sabe ir más allá de las apariencias y ve en el Niño al Mesías esperado por el pueblo.

El asombro

De Simeón y Ana se dice que eran «viejos». Por lo general, los ancianos viven de recuerdos, de nostalgia por los tiempos pasados, mientras que los jóvenes viven de esperanzas, mirando al futuro. En este caso nos encontramos ante dos personas mayores que, frente al Niño, miran al frente, esperan, se preguntan. Cantan a la alegría y a la esperanza. Detalles que nos hacen comprender lo jóvenes que son de corazón, porque es un corazón habitado por Dios y sus promesas, y Dios no defrauda.

Los profetas

En este pasaje evangélico también nosotros estamos involucrados, porque los que aceptan vivir el Evangelio son y serán signos de contradicción. Tomar posición ante el Señor Jesús, Luz de los Gentiles, requiere valor; pero, ante todo, exige ser «de Dios», como Simeón y Ana. También se necesita ser consciente de que no siempre tendremos todo claro, como les ocurrió a José y a María, que se quedaron asombrados ante lo que les dijeron los ancianos; sabemos que María «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

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