El Papa Francisco presentó este jueves su Carta Encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común.
En ella desarrolla sus convicciones para este tiempo donde dice que esta casa común «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto».
Yo, como católico, lo necesito al Papa. La Iglesia necesita del Papa. ¿Pero para qué lo necesito? Sencillamente: para aquello por lo cual Jesús eligió a Pedro entre los demás Apóstoles: para «confirmar en la fe».
Necesito al Papa, necesito al Papa Francisco, pero para que confirme mi fe, para que me aclare, en medio de la confusión reinante, dónde está la Verdad, dónde está la Fe.
Necesito un poco menos que el Papa me hable de economía, de política, de sociología, o de ecología (como en el caso de este documento), aunque a veces esta labor suya sea conveniente y hasta necesaria.
Pero si contrastamos estas expresiones del Papa Francisco (como en el actual documento) con su falta de expresión cuando tiene la obligación sobrenatural de expresarse (como por ejemplo cuando necesitamos que reafirme la verdad católica sobre el matrimonio, o sobre el ecumenismo), el Papa NO LO HACE, SINO QUE MANTIENE Y ACRECIENTA LA CONFUSIÓN REINANTE.
Recemos para que el Papa Francisco cumpla con su misión, porque así lo necesitamos y así lo quiso Jesucristo.