
22/6/2025
Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.
La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!
Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.
Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.
En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.
En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.
Yo, como católico, lo necesito al Papa. La Iglesia necesita del Papa. ¿Pero para qué lo necesito? Sencillamente: para aquello por lo cual Jesús eligió a Pedro entre los demás Apóstoles: para «confirmar en la fe».
Necesito al Papa, necesito al Papa Francisco, pero para que confirme mi fe, para que me aclare, en medio de la confusión reinante, dónde está la Verdad, dónde está la Fe.
Necesito un poco menos que el Papa me hable de economía, de política, de sociología, o de ecología (como en el caso de este documento), aunque a veces esta labor suya sea conveniente y hasta necesaria.
Pero si contrastamos estas expresiones del Papa Francisco (como en el actual documento) con su falta de expresión cuando tiene la obligación sobrenatural de expresarse (como por ejemplo cuando necesitamos que reafirme la verdad católica sobre el matrimonio, o sobre el ecumenismo), el Papa NO LO HACE, SINO QUE MANTIENE Y ACRECIENTA LA CONFUSIÓN REINANTE.
Recemos para que el Papa Francisco cumpla con su misión, porque así lo necesitamos y así lo quiso Jesucristo.