nacimientoA lo largo de los siglos, la Iglesia anunció y anuncia al mundo el mensaje de la encarnación a partir del amor infinito de Dios y el sí de María:

  • San Beda: siglo VII
  • San Cirilo: siglo IV
  • San Ambrosio siglo IV
  • San Atanasio: siglo IV
  • y en nuestro tiempo el catecismo de la Iglesia Católica

San Beda: «La palabra Jesús quiere decir Salvador o saludable».

San Cirilo: «Este nombre fue impuesto de nuevo al Verbo Divino, y convenía a la natividad de su carne, según aquello del Profeta: “Serás llamado con un nombre nuevo, que la boca del Señor te dará” (Is 62)».

San Ambrosio: «Se ha dicho también respecto de San Juan que sería grande. Pero aquél fue grande como hombre y Éste es grande como Dios». «Ved la humildad de la Virgen, ved su devoción. Prosigue, pues: “Y dijo María: He aquí la sierva del Señor”. Se llama sierva la que es elegida como Madre, y no se enorgullece con una promesa tan inesperada. Porque la que había de dar a luz al manso y al humilde, debió ella misma manifestarse humilde. Llamándose también a sí misma sierva, no se apropió la prerrogativa de una gracia tan especial, porque hacía lo que se le mandaba. Por ello sigue: “Hágase en mí según tu palabra”. Tienes el obsequio, ves el voto. “He aquí la sierva del Señor”, es su disposición a cumplir con su oficio. “Hágase en mí según tu palabra”, es el deseo que concibe». «Por un misterio profundo, a causa de su concepción santa y su parto inefable, la misma Virgen fue Sierva del Señor y Madre, según la verdad de las dos naturalezas».

San Atanasio: «El Verbo de Dios tomó la descendencia de Abraham, como dice el Apóstol;por eso debía ser semejante en todo a sus hermanos, asumiendo un cuerpo semejante al nuestro. Por eso María está verdaderamente presente en este misterio, porque de ella el Verbo asumió como propio aquel cuerpo que ofreció por nosotros. La Escri­tura recuerda este nacimiento, diciendo: Lo envolvió en pañales; alaba los pechos que amamantaron al Señor y habla también del sacrificio ofrecido por el nacimiento de este primogénito. Gabriel había ya predicho esta con­cepción con palabras muy precisas; no dijo en efecto: “Lo que nacerá en ti”, como si se tratara de algo extrín­seco, sino de ti, para indicar que el fruto de esta concep­ción procedía de María». «El cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que como todos nosotros es hija de Adán».

CATECISMO DE LA IGLESIA
Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…
484: La anunciación a María inaugura la plenitud de «los tiempos» (Gál 4,4), es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a Aquel en quien habitará «corporalmente la plenitud de la divinidad» (Col 2,9). La respuesta divina a su «¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34) se dio mediante el poder del Espíritu: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35).

485: La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, Él que es «el Señor que da la vida», haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.

486: El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María, es «Cristo», es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará «cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hech 10,38).

…nació de santa María Virgen
487: Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

488: «Dios envió a su Hijo» (Gál 4,4), pero para «formarle un cuerpo» quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1,26-27): El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56).

489: A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno y la de ser la Madre de todos los vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel, Débora, Rut, Judit y Ester, y muchas otras mujeres. María «sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación».

«Hágase en mí según tu palabra»
494: Al anuncio de que ella dará a luz al «Hijo del Altísimo» sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo. María respondió por «la obediencia de la fe» (Rom 1,5), segura de que «nada hay imposible para Dios»: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención: Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, «por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano». Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar: «el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe». Comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes” y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, la vida por María».

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