Mons. Lozano, presidente de la Comisión de Pastoral Social de la C.E.A.

Movimientos sociales bajo sospecha
La crítica indiscriminada contra líderes comunitarios y agrupaciones populares puede alentar la creación de un clima hostil e intolerante, la «sutil xenofobia» sobre la que alertó el papa Francisco.

El ser humano es social por naturaleza. Sin duda los lazos familiares son los más estables, pero no son los únicos. Hay otros vínculos que se van construyendo y son absolutamente necesarios para fortalecer la vida del pueblo. Varias organizaciones de la sociedad cuentan con mayor tiempo de tradición, como los partidos políticos, los sindicatos, algunas cámaras empresarias. Otras son más nuevas, como las organizaciones por la defensa del medio ambiente o de derechos humanos.

Algunas están reglamentadas por ley, como los sindicatos, cooperativas, mutuales. Otras surgieron ante necesidades urgentes de alimentación, de vivienda, de mejoras barriales, o en defensa de derechos de los indígenas o campesinos. También están las que denuncian la trata para la explotación laboral o sexual, la proliferación de máquinas tragamonedas y juegos de azar, las mujeres y familias que quieren cuidar a sus hijos (y a todos los hijos) del flagelo de la droga. Al asociarse, la ciudadanía ejerce un derecho propio y constitucionalmente reconocido (art. 14 de la Constitución nacional).

Entre las más nuevas, la mayoría son simples asociaciones que no han solicitado su personería jurídica, lo que no las inhabilita para desarrollar actividades. Expresan voces y propuestas, buscan el reconocimiento y la protección de derechos que de otra manera seguirían a la intemperie. Por ejemplo, para los trabajadores informales, ya que los sindicatos defienden los intereses y derechos de los que están debidamente registrados, pero en general nadie representa a los trabajadores que no tienen contrato ni están incorporados formalmente, situación en la cual están entre el 30% y el 35% de quienes trabajan.

Es importante recordar que una gran cantidad de organizaciones y movimientos sociales surge en torno a la gravísima crisis institucional de 2001. En aquel momento los partidos políticos, sindicatos y otras instituciones no representaban a una parte importante de la población, especialmente a los más pobres, que quedaron a la deriva ante la ausencia del Estado, la perplejidad de la dirigencia y el «sálvese quien pueda» de quienes se borraron esperando tiempos mejores. La sensación era la de un naufragio en el cual algunos accedieron a los botes y muchos quedaron abandonados a su suerte. ¿Qué hubiera sido de nuestros niños y ancianos, de muchas familias, sin los comedores comunitarios? ¿Si no hubieran tenido la posibilidad de autoconvocarse para reciclar residuos (cartoneros)? Estas organizaciones fueron salvavidas que juntaron los despojos y ayudaron a que el desastre no resultara mayor.

Algunas fueron acompañadas económicamente por el Estado por medio de programas de asistencia económica, otras la pelearon cotidianamente sin ayuda alguna, porque no la lograron o porque prefirieron evitar el riesgo de alinearse partidariamente. En la mayoría de los casos no quisieron ser sujetos pasivos de una ayuda asistencial y se pusieron de acuerdo comunitariamente para ganarse el pan con el sudor de la frente. Así surgieron cooperativas, ferias para la venta de productos de huertas, grupos de artesanos, sistemas de intercambio de bienes. Diversos caminos que buscaban la supervivencia, a la vez que reclamaban reconocimiento y participación social.

Las organizaciones populares, como todos los grupos humanos, tienen genialidades y contradicciones, como también las poseen los partidos políticos, sindicatos, clubes deportivos y comunidades de fe. Que tengan que mejorar no implica que hagan todo mal y menos aún que deban desaparecer. Debemos desterrar las prácticas antidemocráticas y violentas en todos los ámbitos, así como la ostentación obscena de riqueza. No tenemos que ser puritanos con una parte de la sociedad y complacientes con otra. Pareciera que una ética de baja intensidad se aplica a algunas instituciones «comprendiendo» la fragilidad humana, la corrupción y la inoperancia; y se tiene cero tolerancia para evaluar a otras. Han perjudicado más al país personajes ineptos e inmorales con importantes títulos académicos que los dirigentes humildes.

En las últimas semanas se criticó peyorativamente en algunos medios y en las redes sociales a diversas organizaciones y a sus líderes, con el serio riesgo de generar un clima hostil e intolerante. Mediante insultos, basados en noticias sin chequear, se usan como «chivos expiatorios» a algunos líderes sociales, sin mencionar a quienes se enriquecieron a costa del Estado incrementando escandalosamente sus patrimonios personales o empresariales. Debemos cuidarnos de no caer en lo que Francisco llama «sutil xenofobia», bajo el noble ropaje de lucha contra la corrupción o el clientelismo.

En su discurso en Bolivia en julio de 2015, que clausuró el Segundo Encuentro de Movimientos Populares, el Papa decía: «¿Reconocemos en serio que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?». Y alentaba a los líderes sociales: «Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo y tierra) y también en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales. ¡No se achiquen!».

Iluminaba Francisco con uno de los principios tradicionales del cristianismo: «El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada». Y expresaba que «en este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial». ¡Qué manera tan clarita de mostrar su papel en la sociedad!

El Estado en sus tres poderes debe proveer el bien común y garantizar los derechos de todos los ciudadanos. Pero no somos individuos aislados ni agrupación de clanes. Somos un pueblo que incluye en su seno diversidades ideológicas, historias particulares ancestrales o más recientes, organizaciones y asociaciones con distintos objetivos. Ninguna puede pretender estar por encima o servirse de otra ni imponer su interés particular por sobre el bien común. Hay liderazgos que se respaldan con el voto popular y otros que surgen de estar entre los pobres y se legitiman con el compromiso de vida entre los excluidos y descartados de la sociedad. Pero ni unos ni otros confieren derecho a la impunidad.

El Papa nos señala que la unidad prevalece sobre el conflicto y el todo es superior a la parte.

Las asociaciones intermedias, las organizaciones populares, son verdaderas redes que fortalecen el tejido social, que cuidan a los más frágiles ante el avance de la globalización de la indiferencia y la intemperie del abandono, «poetas sociales» que aportan al bien común, la justicia y la paz. Si los demonizamos y no sabemos (o queremos) acoger sus voces y aportes, seremos cada día más pobres como sociedad.

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