La imagen puede contener: 2 personasSAN ANTONIO DE PADUA ( siglo XIII)

Otra consideración sobre la verdadera humildad. Dice Isaías, suspirando por el advenimiento de Cristo y previendo su humildad: “¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras! Delante de tu rostro, las montañas se disolverían como el fuego incendia un matorral; y las aguas hervirían por el fuego” (64, 1‑2).

Considera de cuán grande deseo arda el que anhela que los cielos se rasguen, para poder ver al invisible en la carne visible. ¡Se rasgue el cielo y descienda el Verbo; y delante de El se disuelva la soberbia de los montes!.

“Delante de tu rostro”, o sea, a la presencia de tu humanidad, “los montes se disolverían”. ¿Quién podría ser todavía tan soberbio, tan arrogante y tan hinchado, si reflexionara seriamente sobre la majestad anonadada, sobre la potencia debilitada y la sabiduría balbuciente? ¿No se derretiría su corazón como la cera al sol y diría con el Profeta: “En tu verdad”, o sea, en tu Hijo humillado, oh Padre, “con razón me humillaste también a mí”? (Salm 118, 75).

“Como el fuego incendia” el leño, el heno y los rastrojos, así los avaros serían consumidos. ¿Quién sería tan avaro, si reflexionara seriamente sobre el Hijo de Dios, envuelto en pañales, recostado en el pesebre, el que no “tuvo donde reclinar la cabeza”, sino en la cruz, donde “inclinó la cabeza y entregó el espíritu”?. ¿No renunciaría el avaro al amor de los bienes terrenos; y todo su dinero no quedaría reducido a ceniza, como paja al fuego?

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