Dios sabe por donde andamos, qué bueno. Lo malo es que a veces ni nosotros mismos sabemos por dónde andamos, dónde pisamos… y nos alejamos corriendo el riesgo de perdernos. Perdernos de Él, de su amor, de su misericordia, de su mirada paterna, de su abrazo regenerador. Dios sabe, dejemos que sepa, no tengamos miedo y dejémonos encontrar por Él para no perdernos nunca más.