Como nos lo dice la Escritura, ante el santísimo Nombre de Jesús toda rodilla debe doblarse, en el cielo, la tierra y los abismos (Cf Flp 2,10). El amor que sintieron los cristianos de los primeros siglos hacia el Nombre de Jesús y que llevó a muchos al martirio, fue adquiriendo un mayor desarrollo con el correr de los siglos.
En la tradición de la Iglesia oriental, se desarrolló en íntima relación con la espiritualidad monástica llamada «contemplación imperturbable».
En occidente, en cambio, la devoción al Nombre de Jesús se presenta bajo determinadas formas de devoción popular y en conexión con el ciclo de las celebraciones navideñas.
A partir del siglo XII, adquiere gran auge por el influjo de los monasterios donde esta devoción tuvo especial fervor, cuyo mayor testimonio es el conocido himno «Iesu, dulcis memoria».
A partir del siglo XIV se dan formularios litúrgicos propios.