30. Meditar su Palabra con frecuencia es una las deudas más serias que tenemos los cristianos.
Vivimos de la Palabra meditada por otros, es decir, la meditación de la Palabra que hacen los sacerdotes, los catequistas o tantos comentaristas que hoy están al alcance de la mano y vienen a nosotros por internet y el celular. Les confieso que algunas meditaciones me parecen sabrosas y sustanciales, pero muchas que he escuchado cuando alguien me las manda, me parecen superficiales e insustanciales, lejos de la fuerza que la misma Palabra tiene y además, muy alejadas del Magisterio Pastoral y de lo que el Concilio Vaticano II ha soñado de la Iglesia. Es como si le echaran tanta agua que terminan lavando todo y más que quedarnos con el rostro de Jesús, nos quedamos con el rostro del que está hablando, y me parece que eso buscan.

¡Animate a hacer tu meditación de la Palabra! Sacale el jugo sabroso que la Palabra tiene para vos. Alimentate con Ella. ¡Anímense a meditar la Palabra de Dios juntos, en pequeños grupos! ¡Cuánto bien nos haría a todos! Porque estoy convencido que una Iglesia de la Palabra, es una Iglesia crecida, madura, libre y comprometida. Una Iglesia de la profecía, la profecía de la Palabra.

¿Cómo es nuestro contacto directo con la Palabra?

¿Nos damos tiempo para ir al mensaje original presente en los textos sagrados? ¿O reemplazamos la tarea de ver lo que Dios me está diciendo, con las voces de comentaristas que procesan y entregan reflexiones genéricas?

Cuando reenviamos reflexiones de estos comentaristas, ¿lo hacemos porque afianzan nuestra manera de pensar, sin tener en cuenta lo que la palabra viva puede estar diciendo a aquellos destinatarios de nuestros envíos?

¿Verdaderamente creemos que Dios me habla personalmente en su Palabra?

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