Los padres y el nuevo catecismo reflexionando sobre la curación del ciego.

San Beda: «Habiéndose hecho famoso el nombre de Cristo, el pueblo de los gentiles trataba de unirse a Él a pesar de la oposición de muchos: primero de los judíos y luego también de los gentiles, quienes no querían que el mundo una vez iluminado invocase al Señor. Sin embargo, su furiosa oposición no podía apartar de la salvación a los que estaban destinados a la Vida. Al pasar Jesús oyó al ciego que gritaba, porque se compadecía por su humanidad, como por el poder de su divinidad disipa las tinieblas de nuestro entendimiento: por nosotros es por quienes nació y padeció Jesús, como quien está de paso porque esta acción es temporal, así como es atributo de Dios el disponerlo todo de un modo inmutable. El Señor llama al ciego que gritaba cuando manda la palabra de la fe al pueblo de las naciones por medio de sus ministros, quienes llamando al ciego le ordenan que se levante y se acerque al Señor, esto es, predicando a los ignorantes les mandan que tengan esperanza de su salvación, que se levanten del fango de los vicios y que se dispongan al estudio de las virtudes. Arrojando su manto, al instante se pone en pie, como el que liberado de los obstáculos que ofrece el mundo, se adelanta con paso ligero hacia el dador de la luz eterna».

San Teófilo de Antioquia: «Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones».

San Gregorio Magno: «Y es precisamente la humanidad la que queda representada por este ciego sentado al borde del camino y mendigando, porque la Verdad dice de ella misma: “Yo soy el camino” (Jn 14, 6). El que no conoce el resplandor de la luz eterna, ciertamente es ciego, pero si comienza a creer en el Redentor, entonces “está sentado al borde del camino”. Si creyendo en Él, descuida de pedir el don de la luz eterna, si rechaza pedírselo, permanece al borde del camino; y no se cree necesitado de pedir… Que todo el que reconoce que las tinieblas hacen de él un ciego, que todo el que comprende que le falta la luz eterna, clame del fondo de su corazón, con todo su espíritu: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”».

San Agustín: «Mis parientes, vecinos y amigos comenzaron a bullir. Los que aman sigilo se me ponen enfrente. ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería, es una locura. Y cosas tales grita la turba para que no clamemos los ciegos».

CATECISMO DE LA IGLESIA

«Jesús es Señor»
448: Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21, 7).

«Jesús escucha nuestra oración»
2616: La oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su Muerte y de su Resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras, o en silencio. La petición apremiante de los ciegos: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9, 27) o «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: «Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!».

La oración a Jesús
2665: La oración de la Iglesia, alimentada por la Palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres.

2666: Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos, pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: «Jesús», «YHWH salva». El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir «Jesús» es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él.

2667: Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del monte Athos es la invocación: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, pecadores». Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego. Mediante ella, el corazón se abre a la miseria de los hombres y a la misericordia de su Salvador.

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