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(Alejandro José Puiggari)
EL ENCUENTRO DE MIRADAS, CORAZONES Y MANOS ENTRECRUZADAS…

No era la primera vez que se encontraban. Ya se conocían desde hace tiempo. Desde la juventud de ambos, cuando uno estudiaba en el Pio Latino, y el otro, comenzaba a servir en la Curia Vaticana. Uno era un joven sacerdote, Oscar Romero, que venía a finalizar sus preparación para el sacerdocio. El otro, Giavanni Battista Montini, ya era Monseñor, y empezaba a hacerse notar en la secretaría de estado del Vaticano por su agudeza de análisis y su capacidad de entender los tiempos nuevos que se avecinaban.

Ya después Paulo VI se reencontrará con Romero haciéndolo Arzobispo del Salvador, no temiendo a aquellos que lo acusaban de ser un obispo demasiado cercano a los pobres, propenso a meterse en política… El mismo Card. Montini había sufrido dicha acusación siendo arzobispo de Milán cuando escandalizaba por sus frecuentes visitas a los obreros en las numerosas fábricas allí existentes.

Pero en los caminos del Señor, cuando el Papa Montini cumplía sus 15 años de Pontificado se volvieron a encontrar… Ya todo había cambiado.

Paulo VI vivía martirialmente aquel legado que le predijera el secretario privado de Juan XXIII, Mons.Capovilla, cuando en vísperas de la muerte del Papa Bueno le había profetizado: si tú eres elegido Papa no te olvides que muerto Juan XXIII, el Concilio no debe morir!

Oscar Romero tampoco era el mismo. Ya habían quedado atrás los tiempos calmos de la Gregoriana y las “passeggiata” romanas. Envuelto en la dramática historia de su pueblo salvadoreño, no dudó en qué lugar lo quería el Señor: en el de los más débiles, acompañando como pastor a un pueblo que estaba siendo literalmente masacrado.

El encuentro se produjo en un día miércoles… el miércoles 21 de junio de 1978. No era una audiencia pública. Era un encuentro privado, de miradas y de historias. Era un día especial, porque ese día Paulo VI recordaba exactamente quince años de su elección como Papa.

No fueron necesario muchas palabras. Pero sí abundaron los gestos. Manos que se entrecruzaron, manos que se alentaron. Eran tiempos difíciles para la Iglesia pero ambos la vivieron apasionadamente.

Monseñor Romero, en su diario, recordó aquel encuentro con especial afecto. El Papa fue con él “cordial, generoso, la emoción de aquel momento no me permite recordar palabra por palabra”. Montini le dijo: “Comprendo su difícil trabajo. Es un trabajo que puede no ser comprendido, necesita tener mucha paciencia y mucha fortaleza. Ya sé que no todos piensan como usted en su país, (…) proceda con ánimo, con paciencia, con fuerza, con esperanza”. Le prometió también rezar por la causa de Romero: “Me prometió que rezaría mucho por mí y por mi diócesis. Y me pidió que hiciera todo esfuerzo por la unidad”.

Unos días después Paulo Vi, el día de la transfiguración, moría en Castegandolfo. No pudo pronunciar con sus labios la catequesis que había preparado para dicha ocasión. No fue necesario, ya la había comunicado con su vida.

La Transfiguración del Señor, recordada por la liturgia en la solemnidad de hoy, proyecta una luz deslumbrante sobre nuestra vida diaria y nos lleva a dirigir la mente al destino inmortal que este hecho esconde.

En la cima del Tabor, durante unos instantes, Cristo levanta el velo que oculta el resplandor de su divinidad y se manifiesta a los testigos elegidos como es realmente, el Hijo de Dios. «el esplendor de la gloria del Padre y la imagen de su substancia» (cf. Heb 1, 5); pero al mismo tiempo desvela el destino trascendente de nuestra naturaleza humana que El ha tomado para salvarnos, destinada también ésta (por haber sido redimida por su sacrificio de amor irrevocable) a participar en la plenitud de la vida, en la «herencia de los santos en la luz» (Col 1, 12).

Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los Apóstoles es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero es también nuestro cuerpo destinado a la gloria; la luz que le inunda es y será también nuestra parte de herencia y de esplendor.

Estamos llamados a condividir tan gran gloria, porque somos «partícipes de la divina naturaleza» (2 Pe 1. 4).

Nos espera una suerte incomparable, en el caso de que hayamos hecho honor a nuestra vocación cristiana y hayamos vivido con la lógica consecuencia de palabras y comportamiento, a que nos obligan los compromisos de nuestro bautismo. (Ángelus del 6 de agosto de 1978, que preparó Paulo VI pero no llego a pronunciar)

Romero, moría asesinado solo unos meses después, quince exactamente, ametrallado por el odio mientras celebraba la Misa en el altar, mezclando para siempre su sangre con la de Cristo.

En la casita donde Romero transcurrió los últimos años de su vida, que hoy es un museo, todavía está, sobre la mesita de noche, un pequeño retrato del Papa Pablo VI, tal como Romero lo había dejado.

Su vida había estado signado por el Evangelio. Su asesinato, por quienes en su ideología llegaron a moverse por odio al Evangelio:
Mons. Romero en su última homilía dominical el domingo 23 de marzo de 1980 no dejó de anunciar proféticamente algo que ni siquiera su muerte –acontecida un día después- pudo acallar:

La historia no perecerá, la lleva Dios. Por eso digo, en la medida en que los proyectos históricos traten de reflejar el proyecto eterno de Dios, en esa medida, se van haciendo reflejo del Reino de Dios y este es el trabajo de la Iglesia; por eso Ella, Pueblo de Dios en la historia, no se instala en ningún sistema social, en ninguna organización política, en ningún partido. La Iglesia no se deja cazar por ninguna de esas fuerzas porque ella es la peregrina eterna de la historia y va señalando a todos los momentos históricos lo que sí refleja el Reino de Dios y lo que no refleja el Reino de Dios y que no refleja el Reino de Dios, Ella es servidora del Reino de Dios…

Este domingo 14 de Octubre de 2018 Paulo VI y Mons. Romero se vuelven a encontrar en el Vaticano. Será distinta la escenografía pero no habrán desaparecido los desafíos y las amenazas.

Le tocará presidir la celebración a Francisco como sucesor de Pedro, el primer Papa que no participó el Concilio Vaticano II, pero firmemente comprometido para que el mismo se haga carne en la vida de la Iglesia y de los cristianos. Un Papa jesuita que desde el nombre elegido para su Papado –Francisco- no deja duda de un programa pastoral signado por el deseo de ser una Iglesia pobre para los pobres.

Que Dios le conceda mucho de la sabiduría, fortaleza y prudencia de Paulo VI para guiar a la Iglesia a una verdadera conversión pastoral en que el Evangelio y el Concilio sean su norte.

Que no le falte la profecía, valentía y serenidad de Romero para no dejarse amedrentar por los poderosos, que en la historia quieren hacer callar los gritos de una humanidad que clama justicia y paz para todos.

Hoy más que nunca tenemos que pedirles a estos amigos santos del cielo que nos ayuden a comprometernos a todos -cada uno desde su lugar- para ser fieles a este tiempo difícil pero desafiante del mundo y de la Iglesia.

Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro,
Virgen bendita y gloriosa

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